jueves, 30 de abril de 2009

Inspirada en la leyenda del nahual



Sombras en la Oscuridad



Pablo no podía creer lo que sus ojos le presentaban. Ante él, el hombre que había conocido desde la infancia, con el que había compartido sus momentos de juego, aquél a quien había protegido de las bromas pesadas de los demás; se había transformado en una horrenda criatura que lo amenazaba con sus fauces abiertas y los ojos inyectados en sangre.
—¡Santiago, mírame, soy yo, Pablo! Todo era inútil. La bestia se acercaba lentamente a él, sin que pudiera defenderse ni alejarse de aquel lugar. Perdió la noción del tiempo y las cosas, sólo sintió un golpe que le desgarraba el pecho y un aliento pútrido surgido de unas poderosas fauces que se cerraban alrededor de su garganta… el dolor fue insoportable, pero duró un breve instante solamente…
La criatura dejó el cuerpo de Pablo a medio devorar. Unas voces crecientes llamaron su atención. Se aprestó para el ataque. Se internó entre los árboles que rodeaban el claro donde había ocurrido la transformación y donde había acabado con la vida de su amigo. Desde la oscuridad miraba furioso a los hombres que se acercaban al lugar. Su instinto lo mantenía a resguardo, pero le obligaba a atacarlos, a destrozar sus cuerpos y alimentarse con su sangre y sus vísceras. Sabía que debía esperar el momento oportuno, no podía descubrirse antes de tiempo. Ellos llevaban armas con las que podían dejarlo fuera de combate rápidamente. Algo de humano debía tener aún, porque maquinaba la forma de acercarse a ellos sin ser percibido y así tener la oportunidad de acabarlos a todos.
Los hombres gritaban alrededor del cuerpo mutilado de Pablo. Iluminaban con las lámparas hacia los árboles con la esperanza de ver a la criatura que había podido hacer eso. La noche era tan cerrada y brumosa que la luz apenas lograba atravesar unos cuantos metros en la espesura.
De pronto uno de los hombres divisó, entre los árboles, algo que parecían dos brazas encendidas. —¡Ahí está! Grito furiosamente a sus compañeros.
¡Lo habían descubierto! Debía actuar rápido. Impulsado con sus patas traseras, la criatura saltó por encima de los matorrales y embistió al delator, sujetándolo por el brazo hasta casi destrozárselo. Con el cuerpo del infortunado se cubría a sí mismo de las armas de los demás; era inútil, no podían disparar sin correr el riesgo de darle un tiro a su compañero que gritaba víctima del dolor que le producían aquellos colmillos aferrados a su carne.
Algo se movió atrás de él. Estaba demasiado ocupado defendiéndose de los hombres que lo apuntaban con sus armas, que no se dio cuenta que uno se había separado del grupo y lo amenazaba desde atrás. Fue demasiado tarde cuando sintió un fuerte golpe en las costillas, seguido de otro en la pierna derecha. Sintió como el hueso se rompió con el impacto. Era evidente que no querían matarlo. Querían descubrir su identidad primero, antes de echarlo a las llamas para purificar su alma. No podía permitirlo.
Se volvió hacia su agresor y, con las fuerzas que le sobraban, se abalanzó sobre él. El hombre lo recibió con un certero disparo. Ante el asombro de todos, la criatura se transformó y quedó tendido junto a cuerpo de su amigo.
Muy cerca de Pablo yacía el escuálido y desnudo cuerpo de Santiago, con un fatal tiro de bala en la cabeza.